SABERES
  Cuentos
 

Cuentos cortos, de aquí y de más allá.
JULIO CÉSAR CASTRO

Escritor uruguayo, nacido en Montevideo.
Falleció en Montevideo, año 2003, a los 75 años.

Prólogo

Salvador Puig prologa así el libro "ENTRETANTO CUENTO" de Julio César Castro (JUCECA), autor de los inefables cuentos de Don Verídico (1era. edición: julio 1992).

Los cuentos de Don Verídico, nacidos como libretos radiofónicos hace 30 años, pasaron más tarde al recuadro periodístico y culminaron en libro. Ese tránsito fue alterando perceptiblemente su forma, desde una dicción campechana y morosa a una expresión más concisa y condensada.
"Nada. pero verde", dice un personaje cuando su mujer le pregunta qué ve con los lentes que se autofabricó. Ese remate de un cuento, publicado primero en "Marcha" y luego en libro, posiblemente no se le hubiera ocurrido a Julio César Castro en la época en que el actor Dante Ortiz daba al personaje la 1era. voz que tuvo, en los micrófonos de Radio El Espectador. Es que Castro le daba "rollo" al actor para que se deslizara por el libreto, sin apuro por encontrarse con los golpes de gracia.

Cuando los agarra Luis Landriscina, y luego Juan Manuel Tenuta, y después el propio Juceca, los cuentos ya habían probado la imprenta. Y entonces los actores tuvieron que adaptarse a un humor más estricto, pero que curiosamente no había perdido nada de su eficacia oral. Por ahí podría rastrearse la maestría de Castro en el manejo del lenguaje, siempre al servicio de una fantasía desaforada pero llevada de "la rienda".
Quizá el procedimiento de Castro para crear sus ficciones podría compararse con el de un Valle Inclán esperpéntico al que se le extirparan seriedad, acidez y afán moralizante.

Porque sus personajes actúan un poco a la manera de muñecos, tienen rictus de fijeza, movimientos como de sucesión de instantáneas. Quizá el propio Castro no haya reparado en que el nombre del boliche que los convoca ("El Resorte") ayuda a percibir ese mundo narrado como un escenario de monigotes de carne y hueso, donde virtudes, debilidades, y otras condiciones humanas se reflejan en espejos cóncavos y convexos y asoman filosas o achatadas, recortadas, "esperpentizadas".
Quizá sus personajes podrían relacionarse también con los del sainete criollo, por lo caricaturesco.
Pero las "caricaturas" de Castro no son simplemente el resultado de una lente de aumento sobre caracteres, prominencias o defectos de humanos seres. En sus cuentos lo caricaturesco absorbe y proyecta todo el paisaje, desde los árboles hasta las ruedas, de las puertas a los bichos, de la luna a los catres, y los personajes son en verdad caricaturas sin referentes propios, que por eso mismo adquieren su personal carnadura.
Se podrían multiplicar las comparaciones aproximativas, pero siempre los cuentos de Don Verídico mantendrán una señal de identidad que los convierte en ejemplares únicos. Esa identidad está marcada por la particular forma de proyectar una visión absurda sobre los objetos, los animalitos de Dios, las sombras, las conductas, las obsesiones, los gestos y hasta los nombres de los protagonistas. Ese absurdo no equivale a un "sin sentido", sino que nos traslada a "un sentido diferente" para ver las cosas. Por eso lo contundente de su gracia.

Hasta aquí, en esta breve presentación, algunas referencias a las virtudes de Castro como escritor.
Pero habría que encararse un poco también con el propio Don Verídico, porque no hay que olvidar que en todo tiempo y lugar el autor de los cuentos es ese viejo zafado, ingenuo, contumaz mentiroso y en ocasiones medio metafísico. Y cuando decimos mentiroso nos entra una duda, porque cabe la posibilidad de que ese viejo cuentero no sea más que un compilador de dislocadas imaginerías ajenas, en las que en el fondo quiere creer y quiere que nosotros creamos. No me parece que Castro pueda explicarnos semejante intimidad de Don Verídico. Ni falta que le hace.

"CARNAVAL EN EL RESORTE"
 
- Carnaval sin papelito, no es carnaval, murmuró la Duvija mientras picaba un quesito con los agujeros hechos a taladro para que pareciera gruyere.
En un rincón, un forastero tomaba su cañita cuando un redepente, de entre las ropas le sonó una campanilla. El hombre sacó un celular, lo llevó a la oreja, escuchó sin decir palabra, y después contestó: "Mañana siete y media". En El Resorte hubo un silencio, hecho a propósito para que se escuchara pasar chiflando un higo que se le fue a reventar en la frente al telefónico. Mientras el otro se sacaba las semillas de las pestañas y se colgaba el aparatito del borde de la faja, Rosadito Verdoso comentó, como bobiando.
- Además de papelito, haría falta serpentina.
Una sombra con un cartelito que decía "Nostalgia", se posó en el marco de la ventana. El tape Olmedo reculó unos pasos.
- ¿Qué está haciendo, don tape?.
- Retrocediendo en el tiempo.
El forastero, para borrar la mala impresión del celular, mandó servir y comentó:
- Lo que se usaba mucho, antes, eran los asaltos.
- Ahora también.
- Y las caretas.
- Ahora también.
- Y las máscaras sueltas.
- Ahora no tanto. Se juntan más.
Alguien dijo que una vuelta había conocido a Menecucho, y que los carnavales le estaban debiendo una canción, una retirada, algo así. Azulejo Verdoso se apuntó a lo grande.
- Por lo menos un monumento.
Como la cosa se ponía linda y los entusiasmos se brotaban, y como era temprano, la Duvija salió conque lo mejor era organizar un corso para esa misma noche, que pasara por la puerta del boliche y que para eso había que iluminar.
Rejuntaron cabos de vela, limpiaron tubos de faroles, y apilaron cardo seco para las fogatas. La Duvija se encargó de los papelitos. Con diarios viejos y una tijera, los fue recortando, uno por uno, bien redonditos y del mismo tamaño. Los demás fabricaban pitos con cañas, que con un agujerito chiflan que son un gusto, tambores con lata y un palito, y caretas con cáscaras de zapallo. Alguno, con un corcho quemado, se pintó un antifaz de lo más bonito.
La Duvija se pasó las horas cortando papelitos, y no conforme con eso, los pintó, uno por uno, de los más variados colores como ser amarillo y rojo, y también azules.
De noche salieron a desfilar alrededor del boliche, tocando pitos y tambores. Entre todos, contando al forastero, eran pocos. De haber sido más, hubiesen dejado alguno sin desfilar para que los vieran. Y al final, la Duvija tiró los papelitos. Eran tan pocos, pero tan lindos, que se los quedó mirando hasta que se perdieron con el viento.



"TENIA EL DESTINO MARCADO COMO UN OMNIBUS AL BUCEO"
 
Para las fiestas, el perro de Gorgorito Culposo, rabón de cola él, supo andar en problemas por culpa de un chancho que le regalaron a Gorgorito para que carneara a fin de año. El perro, que respondía al nombre de "Bonito" como si lo fuera, no tenía visto chancho y lo impresionó porque no ladraba. Porque lo que tiene el chancho es eso, que es incapaz de ladrar y apenas si le sale un gruñido como para dentro, cosa que lo diferencia del canarito flauta que si le sale cantor le redobla que le tiene que tapar la jaula con un trapo negro, porque pudre. Lo mismo que Pavarotti, que uno capaz que en un ataque de bobera va y paga pa escucharlo, pero si lo tiene de vecino no hay oreja que aguante porque, para peor, es capaz de invitar a los otros dos, el Placido y el Carrera y Dios te libre de semejante trío operativo.
El porcino de Gorgorito era overo de pelaje, que viene a ser de color pío, o sea color blanco de fondo con manchas y que nada tiene que ver con el color de los pollos ni con el pio-nono, que son otros píos.
Y el perro va y se impresiona. De un lado, del frente por el ronquido como de gordo que se durmió mamau en la mesa, y del otro por la cola. Porque si hubiera sido rabón, vaya y pase, pero era de cola natural y completa, pero tipo rulito, cortita y como sacada de viruta, con algo de bucle fino, una cosa media pituca pero como al pedo. Una cola que no sirve ni para mover de alegría ni para tener un recato, un pudor al menos. Como para el perro la cola es elemento de superior importancia, aquella nadita le dio como una repulsa.
Gorgorito Culposo no tenía chiquero, ni chanchos, cosa de no tener que ir a ver los chanchos al chiquero de los chanchos. Por eso, cuando van y le regalan, va y lo deja ahí nomás, en el patio. Y del patio, va el chancho y se mete en la cocina, que ahí sí que el perro se sintió mal porque era zona marcada. Y el muy cerdo se paseaba como perico por su casa, roncando como un jefe y para peor engordando sin hacer nada. Y esa maldita costumbre, casi humana, de comer y dar vuelta la batea.
Nunca se animó a ladrarle ni lo quiso atropellar. Alguna simpatía le tenía, al overo, y lástima, como si el porcino fuera un ómnibus y se leyera en la frente su destino: "Fin de Año".
Y el 31 de diciembre el perro se la pasó abajo del ropero,
sin ni siquiera acercarse al asador. Dicen que fue por los cuhetes, pero vaya uno a saber.


La sordera del perro
 

Batifondo Remilgo supo tener un perro que se quedó sordo al ver a un sapo fumando y que le hacía guiñadas y le movía la cola.
- Perdón, pero el sapo no tiene cola.
Por eso fue que el perro se impresionó tanto. Que según un forastero que andaba por El Resorte, el batracio croa porque es natural de Croacia, cosa que lo diferencia de la gallina que cuando hace caca se dice que cacarea. Cuando Batifondo llevó el perro al boliche, le dijeron que mejor hubiera llevado al sapo, que el sapo sirve pa jugar al sapo y es mucho más divertido que jugar al perro, y mucho peor si el perro es sordo, porque usté le explica cómo es el juego y el otro como quien no oye llover. Batifondo Remilgo contó todito lo que le pasaba con el perro, y dijo que así no era vida porque no tenía con quien conversar, y que cuando un hombre carece de un perro que lo escuche corre peligro de ir y casarse. Y que muchas veces el hombre se casa y después igualmente tiene que conseguir perro porque la mujer no lo comprende, y el perro tampoco pero no discute. Se comentaba el caso, y va el tape Olmedo y lo quiso probar la sordera del perro que estaba distraído mirando pa fuera, y le hizo sonar los dedos como hacen los andaluces cuando bailan, que con el chasquido no hay perro que no se de vuelta pa mirar. Y el perro ni mosqueo. Pa probarlo de nuevo, el tape le chistó.
- Chicho, chicho -le dijo-, chicho, chiiichooo, perro abombau -le agregó medio calentito de verlo tan desatento. Rosadito Verdoso estuvo a punto de reventarle un par de higos por el lomo, pero la Duvija lo miró con ojos de San Francisco de Asís, y se aguantó. El tema se discutió media damajuana de tinto, y quien más quien menos opinó lo suyo. Azulejo Verdoso, el inventor, dijo que pa él lo mejor pa la sordera era sopletear. El pardo Santiago dijo que pa él, clavau que se había dormido de costado y que en un descuido el dueño le había tirado la yerba del mate en una oreja y se la tenía tupida, y que lo mejor era sacudirlo golpiando suave contra un poste. La Duvija opinó que capaz que no era sordo, y que capaz que se hacía pa no tener que dir a buscar cosas ni salir a ladrar por cualquier ruidito de morondanga Pero el tape Olmedo dio la solución cuando dijo, dice:
- Si quedó sordo de un susto, lo mejor es darle otro.
Ahí Rosadito Verdoso agarró al gato que estaba dormido y se lo tiró al perro por la cabeza. Se llevaron un susto los dos, que después el perro escuchaba todo clarito, y el barcino se pasó una temporada sordo, como si fuera de yeso.



BONITA LA FIESTA
 
Una vuelta, en el boliche El Resorte estaban de lo más tranquilos, cuando cayó un tal Difamado Carente y se puso a contar el caso de Litigio Vendaje, el casado con Clorofila Restante, que ella tenia una hermana, Periferia Restante, igualita pero completamente distinta, que era un caso de lo más comentado por lo curioso del caso. No eran malas, pero tenían eso.
La hermana era de hacerse ver para que la vieran, y no se perdía fiesta cosa de llamar la atención, porque según ella hay que tener una atención propia porque hoy por hoy nadie le presta atención a nadie. Y esa noche en que estaban de lo más tranquilos en el boliche El Resorte, Difamado Carente siguió contando el caso.
- Cuando el casamiento de Periferia, hubo una fiesta tan bonita que duró hasta el final.
- Usté perdone, pero las fiestas duran todas hasta el final.
- No señor, porque si la fiesta hubiera sido aburrida hubiese terminado mucho antes.
Como en el boliche seguían de lo más tranquilos, el hombre siguió contando.
- En esa fiesta hubo pa comer de lo que usté ni se imagina.
- ¿Como ser..?.
- Por un ejemplo, cebolla rellena de rabaníto relleno.
- ¿Relleno de qué, el rabanito?.
- Diente de ajo.
- No me lo imagino.
- Por eso le decía. Y pa chupar, grapa con butiá, caña con pitanga, ginebra con dulce de leche batido tipo licor pal frio, y miño pa la humedá. Regalos, ni le cuento.
- Ya que está, cuente.
- Un pito de policía caminera casi nuevo, un costurero con mate pa zurcir las medias, media docena de gallinas ponedoras con gallo cantor, tres lechones enjuagados, una yunta de teros pa la vigilancia, una mirilla pa poner en la tranquera, y una caja de fóforos usados pa evitar incendios.
- Conviene prevenir.
- Lo malo fue que un gurí medio diablo, fue y abrió la pieza de los regalos, y va el bicherío y se entrevera en el medio del baile. Bandido el muchacho, al ver tanta gallina empezó a tirar maíces pa arriba, como si fuera arroz pa los novios, y mucho grano quedó en los peinados femeninos y las gallinas entraron a volar pa picarlos, y las mujeres a los gritos se las espantaban como si fueran tábanos. A la dueña de casa, que tenía un peinado con relleno y de lo más batido, una bataraza le hizo nido en la cabeza y la toleró los 21 días que marca la ley.
Como nadie preguntaba nada ni se interesaban, Difamado dejó de contar y se fue medio ofendido por la desatención. Nadie le dio importancia, y esa noche en el boliche El Resorte siguieron de lo más tranquilos, como al principio.



 El trombón
 

Asunto serio pa la música, Frentolín Fermento, el casau con Fermentina Frentín, que se conocieron una mañana temprano que ella salió a ver la puesta de sol y él le dijo que era preferible que esperara a la tardecita. Ella le salió conque de tardecita el padre no la dejaba salir, porque era la hora en que el viejo tocaba el trombón y ella le tenía que sostener la partitura. Que ahí Frentolín le dijo que lo mejor era que se la colgara de una piola, la partitura, y saliera a ver la puesta de sol, pero ella le dijo que el padre se negaba porque el viento se la movía, la partitura, y le erraba a la nota, y no hay cosa pior que trombón con mala nota.
Fue cuando Frentolín resolvió aprender música, cosa de hacerle una visita al viejo y, como bobeando, meterse en la familia, casarse con la muchacha, y después taparle el trombón con cemento armado.
Como el piano es poco manuable, y trompetas no le gustaban porque nunca quiso ser soplón, agarró pal lau de la guitarra, que es cómoda de llevar a la espalda, como la carabina si le ordenan sable en mano.
El asunto lo conversó en el boliche El resorte, y la Duvija se emocionó, porque siempre soñó con un guitarrero y cantor que le llevara la serenata en noche de luna, con bichitos de luz haciendo guiñadas y ranitas acompañando a coro desde la laguna.
Mientras se emocionaba y se acordaba de un forastero que tocaba la concertina, que a ella le encantó cuando agarraba aire y se le reflotaban los cachetes y la miraba como gato a la fiambrera, mientras recordaba que le dedicó "Allá en el rancho grande" y se fue sin decir adiós, el tape Olmedo le opinó a Frentolín Fermento:
- Pa mi - le dijo -, si usté quiere acompañar a ese viejo que toca el trombón, no lo tapa con guitarrita así nomás. Lo que necesita - le dijo, es de la elétrica, que usté va y la enchufa y le revienta los tímpanos al más sordo y si no sabe tocar ni se nota porque aturde como el trueno, porque el trueno tiene eso, que cuando suena bruto asusta.
Frentolín consiguió guitarra, pero pa enchufarla era un lío porque El Resorte carecía de eletricidá. Así que Azulejo Verdoso salió a buscar un alargue. Cinco leguas de cable, pal alargue, porque no había enchufe más cerca. Y van y le hacen un puente a las cuerdas, y enchufan. Nadie se animó a tocarla, pero daba gusto ver aquella guitarra con las cuerdas al rojo.
Esa misma noche hicieron unas mollejas y morcillas pa acompañar el vinito, y lo invitaron al viejo del trombón. Encantado el viejo, dejó que Frentolín se casara con la hija, porque lo deslumbró con la parrilla elétrica.




 
 
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